HAY SILENCIOS
Hay silencios que en su silencio nunca se olvidan y hay silencios justificados que intentan hacer el bien. Hay otros silencios que ocultan los sufrimientos y también aquellos que son cómplices inconscientes de la verdad. Hay silencios que marcan huellas y otros más que ocultan razones precipitadas. Hay muchos otros silencios, el que se usa para no herir y el que convive en la lealtad, aquel que ofende con sus soslayos inquietantes cuando los ojos de otros están hablando. Hay tantos otros silencios en este mundo, los silencios del criminal confeso y aquellos endilgados como piadosos, cuando no gritamos al mundo los sentimientos y los guardamos adentro, en trágico conflicto con nuestras almas. Hay silencios que cambiaron el mundo y silencios que intentaron destruirlo, hay silencios de resignación y silencios de perdón. También los hay por amor.
Hay otros muchos silencios, los silencios del corazón cuando se precipitan las ansias; y aquellos por conveniencia, o los que guardan secretos de los amigos queridos y los del niño equivocado ante el temor del castigo.
Pero hay uno que tal vez ni siquiera contemplamos en el fragor de nuestras vidas, el silencio del alma, algo más complejo y menos sutil que los demás silencios. Tratamos de no abordarlo, para no darle puños a la conciencia; y cuando estamos solos, cuando nos habla esgrimiendo sus criterios y criticando nuestros procederes, sus gritos y lamentos, en el más absoluto silencio, nos ofrecen veredictos y juicios. Esos silencios que aparecen cuando repasamos el tiempo y los hechos, la vida y nuestros otros silencios, nos dicen todo el tiempo la verdad, porque el alma es la virtud más grande y sus silencios recorren nuestro cuerpo todo el tiempo, para terminar imponiendo sus criterios. Ella es la razón de la existencia y el pedacito de Dios en nuestros cuerpos.
Mis silencios me asustan y me conmueven, ahora los tengo todos, aquellos que trato de guardar por amor y comprensión, por lealtad y perseverancia, por perdón; y los otros silencios, los que quedaron de tanto dolor; y los que provienen de las reflexiones del alma, que me castigan inmisericordemente por no haber descifrado tus silencios y sus consecuencias.
J. Moncanut
Hay silencios que en su silencio nunca se olvidan y hay silencios justificados que intentan hacer el bien. Hay otros silencios que ocultan los sufrimientos y también aquellos que son cómplices inconscientes de la verdad. Hay silencios que marcan huellas y otros más que ocultan razones precipitadas. Hay muchos otros silencios, el que se usa para no herir y el que convive en la lealtad, aquel que ofende con sus soslayos inquietantes cuando los ojos de otros están hablando. Hay tantos otros silencios en este mundo, los silencios del criminal confeso y aquellos endilgados como piadosos, cuando no gritamos al mundo los sentimientos y los guardamos adentro, en trágico conflicto con nuestras almas. Hay silencios que cambiaron el mundo y silencios que intentaron destruirlo, hay silencios de resignación y silencios de perdón. También los hay por amor.
Hay otros muchos silencios, los silencios del corazón cuando se precipitan las ansias; y aquellos por conveniencia, o los que guardan secretos de los amigos queridos y los del niño equivocado ante el temor del castigo.
Pero hay uno que tal vez ni siquiera contemplamos en el fragor de nuestras vidas, el silencio del alma, algo más complejo y menos sutil que los demás silencios. Tratamos de no abordarlo, para no darle puños a la conciencia; y cuando estamos solos, cuando nos habla esgrimiendo sus criterios y criticando nuestros procederes, sus gritos y lamentos, en el más absoluto silencio, nos ofrecen veredictos y juicios. Esos silencios que aparecen cuando repasamos el tiempo y los hechos, la vida y nuestros otros silencios, nos dicen todo el tiempo la verdad, porque el alma es la virtud más grande y sus silencios recorren nuestro cuerpo todo el tiempo, para terminar imponiendo sus criterios. Ella es la razón de la existencia y el pedacito de Dios en nuestros cuerpos.
Mis silencios me asustan y me conmueven, ahora los tengo todos, aquellos que trato de guardar por amor y comprensión, por lealtad y perseverancia, por perdón; y los otros silencios, los que quedaron de tanto dolor; y los que provienen de las reflexiones del alma, que me castigan inmisericordemente por no haber descifrado tus silencios y sus consecuencias.
J. Moncanut