A mis hijos.
En el rústico espejo
De mis años quemados,
Contemplo con nostalgia
Los amores sagrados,
Que han dejado en mi alma,
Sentimiento profundo,
Que en momentos de calma
Han forjado fecundo,
Un amor esperado,
De liviana semblanza,
De silencio profundo.
Son aquellos pequeños,
Diminutos profetas,
Que destierran mi alma
Y descubren celosos
Fortalezas y calma.
Que si los quiero, por Dios,
Su sangre me alimenta
Y me consume.
Sus cuerpos presurosos,
Sus rostros impacientes,
Sus pasos inseguros,
Su angustia y su tristeza,
Endeble e inocente,
Generan en mi cuerpo
Desgracia, inconformismo,
Dolor y complacencia.
Sus ojos que provocan
Desvelo e inocencia,
Me inducen, me fascinan
Me envuelven, me cobijan
Recuerdan en mi esencia,
Lo puro y lo divino.
Por ellos, los días breves
De mi existencia baldía,
Se inundan de alegría,
El mundo vuelve y gira
Y en el devenir agobiante,
De su difusa arrogancia,
Los espero.
Que si los quiero, por Dios,
Si son mi vida!
miércoles, 2 de julio de 2008
Hoy pude verte en el día.
Estoy feliz, ansioso y divertido,
Hoy vi tu piel, tu flor, tu vida,
Besé tus labios encarnecidos,
Al medio día.
Estoy deseoso, ciego, enaltecido,
Volví a nacer, sentí tu esencia,
Te vi volver, te vi nacer
Te vi en el día.
Tu pecho blanco, tu piel de seda,
El fuego interno, tu boca toda
Tu fuerza pura, tu miel, tu oda,
Te vi en el cielo, te vi en la tarde,
Mi cuerpo arde.
Te vi en mi noche y en la mañana,
Te vi despierta, te vi dormida
Te vi por siempre, te vi perenne,
Te vi en mis sueños, te vi en mi cuerpo,
Te vi en mi alma.
Estoy feliz, te vi en mi mente,
Hoy vi tu sangre, tu ser, tu calma
Toqué tu cuerpo enaltecido,
Sentí tu fuego, sentí tu vida
Sentí mi alma, sentí mis sueños,
Sentí mi vida.
Estoy feliz, te vi en el día.
JULIO A. MONCANUT
Estoy feliz, ansioso y divertido,
Hoy vi tu piel, tu flor, tu vida,
Besé tus labios encarnecidos,
Al medio día.
Estoy deseoso, ciego, enaltecido,
Volví a nacer, sentí tu esencia,
Te vi volver, te vi nacer
Te vi en el día.
Tu pecho blanco, tu piel de seda,
El fuego interno, tu boca toda
Tu fuerza pura, tu miel, tu oda,
Te vi en el cielo, te vi en la tarde,
Mi cuerpo arde.
Te vi en mi noche y en la mañana,
Te vi despierta, te vi dormida
Te vi por siempre, te vi perenne,
Te vi en mis sueños, te vi en mi cuerpo,
Te vi en mi alma.
Estoy feliz, te vi en mi mente,
Hoy vi tu sangre, tu ser, tu calma
Toqué tu cuerpo enaltecido,
Sentí tu fuego, sentí tu vida
Sentí mi alma, sentí mis sueños,
Sentí mi vida.
Estoy feliz, te vi en el día.
JULIO A. MONCANUT
15.- Estadía
Estaba en la calle húmeda,
Sentado en la barra de la esquina
Esperando que la noche se fatigue
Y comience la luz del nuevo día.
En su piel de sepia exclamación,
Y sus ojos profundos y confusos,
Renacían esperanzas e ilusiones,
Unas pocas pasiones,
Locuras y dolor.
Los zapatos mojados y arrugados,
Que cruzaron pantanos en la tarde,
Simulaban cansancio y valentía.
Sus párpados de lentos movimientos,
Expresaban angustia y timidez,
Sus preguntas no tenían validez,
Ni sus sueños parecían de verdad,
Sólo sombras merodeaban su figura,
Esa noche mortal sin ilusión.
El mendigo que cruzaba la avenida,
Su presencia apenas intuyó,
Ese gesto profundo y lastimero,
De su rostro inmóvil, contagioso,
Al gamín, en la noche sin estrellas,
de tristeza y nostalgia impregnó.
Era tarde y su cuerpo estremecido,
De vida y de sueños incumplidos,
No quiso asomarse a la mañana
Y en la sombra del farol de aquella esquina,
Apagó la luz de su semblanza;
Con los ojos opacos y entreabiertos,
Detuvo su existencia y sus pregones.
Murieron sus preguntas sin respuesta,
Cedieron su miseria y sus angustias,
Al fuego miserable de su esencia,
Quemada y desgastada, fugaz,
Incomprensible.
El gamín, angustiado se detuvo,
Y del frío y tieso brazo,
Retiró sin rubores el reloj,
Que marcaba indiferente y silencioso,
El final de aquel ocioso.
La mañana, la aurora y el rocío,
De humedad aún salpicadas,
El cielo azul y el sol brillante,
Permitieron que la multitud arrumazada,
Sobre el cuerpo pasmado del difunto,
Ofreciera su alma inmaculada,
A la eterna señora de las lajas.
Todos rogaban por su alma
Y al señor, clemencia le pedían,
Pobre diablo, incapaz e incoherente,
Que perdió su brújula y su esencia,
En el oscuro y profundo silencio
De la muerte.
JULIO A. MONCANUT
Estaba en la calle húmeda,
Sentado en la barra de la esquina
Esperando que la noche se fatigue
Y comience la luz del nuevo día.
En su piel de sepia exclamación,
Y sus ojos profundos y confusos,
Renacían esperanzas e ilusiones,
Unas pocas pasiones,
Locuras y dolor.
Los zapatos mojados y arrugados,
Que cruzaron pantanos en la tarde,
Simulaban cansancio y valentía.
Sus párpados de lentos movimientos,
Expresaban angustia y timidez,
Sus preguntas no tenían validez,
Ni sus sueños parecían de verdad,
Sólo sombras merodeaban su figura,
Esa noche mortal sin ilusión.
El mendigo que cruzaba la avenida,
Su presencia apenas intuyó,
Ese gesto profundo y lastimero,
De su rostro inmóvil, contagioso,
Al gamín, en la noche sin estrellas,
de tristeza y nostalgia impregnó.
Era tarde y su cuerpo estremecido,
De vida y de sueños incumplidos,
No quiso asomarse a la mañana
Y en la sombra del farol de aquella esquina,
Apagó la luz de su semblanza;
Con los ojos opacos y entreabiertos,
Detuvo su existencia y sus pregones.
Murieron sus preguntas sin respuesta,
Cedieron su miseria y sus angustias,
Al fuego miserable de su esencia,
Quemada y desgastada, fugaz,
Incomprensible.
El gamín, angustiado se detuvo,
Y del frío y tieso brazo,
Retiró sin rubores el reloj,
Que marcaba indiferente y silencioso,
El final de aquel ocioso.
La mañana, la aurora y el rocío,
De humedad aún salpicadas,
El cielo azul y el sol brillante,
Permitieron que la multitud arrumazada,
Sobre el cuerpo pasmado del difunto,
Ofreciera su alma inmaculada,
A la eterna señora de las lajas.
Todos rogaban por su alma
Y al señor, clemencia le pedían,
Pobre diablo, incapaz e incoherente,
Que perdió su brújula y su esencia,
En el oscuro y profundo silencio
De la muerte.
JULIO A. MONCANUT
De amores......
Es tarde ya y no llegas.
La noche lentamente,
envuelve en su tristeza
las calles y veredas.
El cerro en la montaña
que guarda la ciudad,
se cubre de nostalgia,
y oscuridad.
Es tarde ya y no vuelves.
Me queda ese recuerdo,
en la vereda ajena,
tus dedos me tocaron
en inocencia plena,
compartieron mi cuerpo,
en el momento incierto,
regaron en mi piel
su profundo silencio,
en el lenguaje infiel,
su esencia y regocijo.
Es tarde ya y mi cuerpo
en gentiles desavenencias,
te reclama infinito,
las bellas providencias
del amor bendito,
que en su libertad
y sin más presencia
llenó de verdad.
Es tarde ya y no llegas,
y te sigo esperando.
La noche lentamente,
envuelve en su tristeza
las calles y veredas.
El cerro en la montaña
que guarda la ciudad,
se cubre de nostalgia,
y oscuridad.
Es tarde ya y no vuelves.
Me queda ese recuerdo,
en la vereda ajena,
tus dedos me tocaron
en inocencia plena,
compartieron mi cuerpo,
en el momento incierto,
regaron en mi piel
su profundo silencio,
en el lenguaje infiel,
su esencia y regocijo.
Es tarde ya y mi cuerpo
en gentiles desavenencias,
te reclama infinito,
las bellas providencias
del amor bendito,
que en su libertad
y sin más presencia
llenó de verdad.
Es tarde ya y no llegas,
y te sigo esperando.
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