lunes, 7 de julio de 2008

Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
La luz opaca de aquella lámpara,
Y la foto retocada,
De un instante y de una vida.

Qué pocas cosas quedaron,
Además de aquel reloj,
Que ya no marcó las horas,
De aquellas noches de amor,
En que abrazar era llenarse
De ilusión y bendición.

Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
La nota, el sobre, tarjetas,
Que predecían el amor,
Al principio, casi diarias,
Al final, por ocasión,
Sin aquellas mismas palabras
Que hervían el corazón
Cuando existía ese amor.

Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
Facturas, recordatorios,
Y letras desesperadas,
Pidiendo auxilio y rendición.

Qué pocas cosas quedaron
Y sigo sin entender,
Si le dí lo que yo soy,
En lustros de estoico amor,
El alma y mis sentimientos,
Que son mi mayor valor.

Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
La carta que nunca envió,
Explicándome sus lamentos,
Frustraciones, padecimientos,
Y el sueño que me quitó.

Pero quizás ya era el tiempo,
De pensar con prioridades,
En que soy y en qué me falta,
Y lo que aquel amor me dio,
Tal vez nunca suficiente,
En este inútil presente.

¡Qué pocas cosas quedaron,
Sobre las mesas de noche!,
Quizás lo amé como a ninguno,
Y tal vez fue sólo una ilusión,
De aquellas que confunden,
A las mujeres el corazón.
Qué pocas cosas quedaron,
Nada más que los recuerdos,
Las ausencias comprimidas
Y los silencios y oscuros
Momentos de soledad,
Donde se llora profundo,
Ante lo incomprendido,
Y donde se deja la vida,
A los designios divinos!

Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Mi sueño y mi cansancio,
De tantas trasnochadas,
En las que pude entender:
Que el amor y los sentimientos
Por profundos e irracionales,
Se destruyen y se pierden
En el tiempo y las condiciones
Que impone la sociedad.


Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Faltó mucho por entregar,
Y muy poco para ganar,
Se tomaron decisiones,
Que nunca se compartieron,
Pues aquellas prioridades,
Urgían por aquel cambio,
De escenario y de pasiones.

Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Aquel amor perdurable,
Y la arrogancia del reproche,
Total, inconmensurable,
Difuso laberinto de colores,
Donde se guardan silenciosas
Las escorias y sus olores.

Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Aquel gesto compasivo,
Para quien fue derrotado,
Y esa luz de esperanza,
Que revive hasta los muertos,
Cuando el amor es sagrado.
Qué pocas cosas quedaron,
Para el camino que viene,
Extraño mundo de sucesos,
Jauría de locos procesos,
Sin saber lo que se tiene.

Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
El leve rencor de lo perdido
La rabia del castigo, aturdido,
Las entrañas, difusas, revolcadas,
En una montaña de almohadas.
Qué pocas cosas quedaron,
Por decir; y por callar.