UNA CANCIÓN
Quise dejarte una hermosa canción,
Como aquel recuerdo de nuestro sentir,
El final de aquella divina ilusión,
Ocaso frustrado de este porvenir,
Que un día cualquiera lleno de pasión,
Me lanzó a vivirlo sin más reflexión;
Y triste y opaco enmarcó el devenir.
No logro las notas con esta tristeza,
El violín no quiere dejar de gemir,
El arpa ya espera sentir tu belleza
Y el adusto piano, no intenta seguir,
Ha perdido el tono y su vieja corteza,
Destemplado suena, con esa pereza,
Su deseo innato por querer sufrir.
Entonces decido no hacer la canción,
Y me inclino entonces por mi vocación,
No agregarle música a aquella ilusión,
Que dejó a mi alma en resignación.
El cielo me pide mantener la calma,
Dejar que la vida asuma sus lecciones,
Sufrir en silencio sin esas pasiones,
Que de sus lamentos solloza mi alma.
Las musas de entonces ya no están llorando,
Cantan alegres al ritmo del sol y los vientos,
Sus gritos fervientes ya están ignorando,
Lágrimas y súplicas de mis sentimientos.
Sólo en mis silencios de noches oscuras,
Ruego a Dios que siga guardando este amor,
Que lo siento y grito con todo el clamor,
Como sueño y canto todas mis locuras.
J. Moncanut
miércoles, 9 de julio de 2008
lunes, 7 de julio de 2008
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
La luz opaca de aquella lámpara,
Y la foto retocada,
De un instante y de una vida.
Qué pocas cosas quedaron,
Además de aquel reloj,
Que ya no marcó las horas,
De aquellas noches de amor,
En que abrazar era llenarse
De ilusión y bendición.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
La nota, el sobre, tarjetas,
Que predecían el amor,
Al principio, casi diarias,
Al final, por ocasión,
Sin aquellas mismas palabras
Que hervían el corazón
Cuando existía ese amor.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
Facturas, recordatorios,
Y letras desesperadas,
Pidiendo auxilio y rendición.
Qué pocas cosas quedaron
Y sigo sin entender,
Si le dí lo que yo soy,
En lustros de estoico amor,
El alma y mis sentimientos,
Que son mi mayor valor.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
La carta que nunca envió,
Explicándome sus lamentos,
Frustraciones, padecimientos,
Y el sueño que me quitó.
Pero quizás ya era el tiempo,
De pensar con prioridades,
En que soy y en qué me falta,
Y lo que aquel amor me dio,
Tal vez nunca suficiente,
En este inútil presente.
¡Qué pocas cosas quedaron,
Sobre las mesas de noche!,
Quizás lo amé como a ninguno,
Y tal vez fue sólo una ilusión,
De aquellas que confunden,
A las mujeres el corazón.
Qué pocas cosas quedaron,
Nada más que los recuerdos,
Las ausencias comprimidas
Y los silencios y oscuros
Momentos de soledad,
Donde se llora profundo,
Ante lo incomprendido,
Y donde se deja la vida,
A los designios divinos!
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Mi sueño y mi cansancio,
De tantas trasnochadas,
En las que pude entender:
Que el amor y los sentimientos
Por profundos e irracionales,
Se destruyen y se pierden
En el tiempo y las condiciones
Que impone la sociedad.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Faltó mucho por entregar,
Y muy poco para ganar,
Se tomaron decisiones,
Que nunca se compartieron,
Pues aquellas prioridades,
Urgían por aquel cambio,
De escenario y de pasiones.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Aquel amor perdurable,
Y la arrogancia del reproche,
Total, inconmensurable,
Difuso laberinto de colores,
Donde se guardan silenciosas
Las escorias y sus olores.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Aquel gesto compasivo,
Para quien fue derrotado,
Y esa luz de esperanza,
Que revive hasta los muertos,
Cuando el amor es sagrado.
Qué pocas cosas quedaron,
Para el camino que viene,
Extraño mundo de sucesos,
Jauría de locos procesos,
Sin saber lo que se tiene.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
El leve rencor de lo perdido
La rabia del castigo, aturdido,
Las entrañas, difusas, revolcadas,
En una montaña de almohadas.
Qué pocas cosas quedaron,
Por decir; y por callar.
Sobre la mesa de noche,
La luz opaca de aquella lámpara,
Y la foto retocada,
De un instante y de una vida.
Qué pocas cosas quedaron,
Además de aquel reloj,
Que ya no marcó las horas,
De aquellas noches de amor,
En que abrazar era llenarse
De ilusión y bendición.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
La nota, el sobre, tarjetas,
Que predecían el amor,
Al principio, casi diarias,
Al final, por ocasión,
Sin aquellas mismas palabras
Que hervían el corazón
Cuando existía ese amor.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
Facturas, recordatorios,
Y letras desesperadas,
Pidiendo auxilio y rendición.
Qué pocas cosas quedaron
Y sigo sin entender,
Si le dí lo que yo soy,
En lustros de estoico amor,
El alma y mis sentimientos,
Que son mi mayor valor.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre la mesa de noche,
La carta que nunca envió,
Explicándome sus lamentos,
Frustraciones, padecimientos,
Y el sueño que me quitó.
Pero quizás ya era el tiempo,
De pensar con prioridades,
En que soy y en qué me falta,
Y lo que aquel amor me dio,
Tal vez nunca suficiente,
En este inútil presente.
¡Qué pocas cosas quedaron,
Sobre las mesas de noche!,
Quizás lo amé como a ninguno,
Y tal vez fue sólo una ilusión,
De aquellas que confunden,
A las mujeres el corazón.
Qué pocas cosas quedaron,
Nada más que los recuerdos,
Las ausencias comprimidas
Y los silencios y oscuros
Momentos de soledad,
Donde se llora profundo,
Ante lo incomprendido,
Y donde se deja la vida,
A los designios divinos!
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Mi sueño y mi cansancio,
De tantas trasnochadas,
En las que pude entender:
Que el amor y los sentimientos
Por profundos e irracionales,
Se destruyen y se pierden
En el tiempo y las condiciones
Que impone la sociedad.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Faltó mucho por entregar,
Y muy poco para ganar,
Se tomaron decisiones,
Que nunca se compartieron,
Pues aquellas prioridades,
Urgían por aquel cambio,
De escenario y de pasiones.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Aquel amor perdurable,
Y la arrogancia del reproche,
Total, inconmensurable,
Difuso laberinto de colores,
Donde se guardan silenciosas
Las escorias y sus olores.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
Aquel gesto compasivo,
Para quien fue derrotado,
Y esa luz de esperanza,
Que revive hasta los muertos,
Cuando el amor es sagrado.
Qué pocas cosas quedaron,
Para el camino que viene,
Extraño mundo de sucesos,
Jauría de locos procesos,
Sin saber lo que se tiene.
Qué pocas cosas quedaron,
Sobre mi mesa de noche,
El leve rencor de lo perdido
La rabia del castigo, aturdido,
Las entrañas, difusas, revolcadas,
En una montaña de almohadas.
Qué pocas cosas quedaron,
Por decir; y por callar.
viernes, 4 de julio de 2008
HAY SILENCIOS
Hay silencios que en su silencio nunca se olvidan y hay silencios justificados que intentan hacer el bien. Hay otros silencios que ocultan los sufrimientos y también aquellos que son cómplices inconscientes de la verdad. Hay silencios que marcan huellas y otros más que ocultan razones precipitadas. Hay muchos otros silencios, el que se usa para no herir y el que convive en la lealtad, aquel que ofende con sus soslayos inquietantes cuando los ojos de otros están hablando. Hay tantos otros silencios en este mundo, los silencios del criminal confeso y aquellos endilgados como piadosos, cuando no gritamos al mundo los sentimientos y los guardamos adentro, en trágico conflicto con nuestras almas. Hay silencios que cambiaron el mundo y silencios que intentaron destruirlo, hay silencios de resignación y silencios de perdón. También los hay por amor.
Hay otros muchos silencios, los silencios del corazón cuando se precipitan las ansias; y aquellos por conveniencia, o los que guardan secretos de los amigos queridos y los del niño equivocado ante el temor del castigo.
Pero hay uno que tal vez ni siquiera contemplamos en el fragor de nuestras vidas, el silencio del alma, algo más complejo y menos sutil que los demás silencios. Tratamos de no abordarlo, para no darle puños a la conciencia; y cuando estamos solos, cuando nos habla esgrimiendo sus criterios y criticando nuestros procederes, sus gritos y lamentos, en el más absoluto silencio, nos ofrecen veredictos y juicios. Esos silencios que aparecen cuando repasamos el tiempo y los hechos, la vida y nuestros otros silencios, nos dicen todo el tiempo la verdad, porque el alma es la virtud más grande y sus silencios recorren nuestro cuerpo todo el tiempo, para terminar imponiendo sus criterios. Ella es la razón de la existencia y el pedacito de Dios en nuestros cuerpos.
Mis silencios me asustan y me conmueven, ahora los tengo todos, aquellos que trato de guardar por amor y comprensión, por lealtad y perseverancia, por perdón; y los otros silencios, los que quedaron de tanto dolor; y los que provienen de las reflexiones del alma, que me castigan inmisericordemente por no haber descifrado tus silencios y sus consecuencias.
J. Moncanut
Hay silencios que en su silencio nunca se olvidan y hay silencios justificados que intentan hacer el bien. Hay otros silencios que ocultan los sufrimientos y también aquellos que son cómplices inconscientes de la verdad. Hay silencios que marcan huellas y otros más que ocultan razones precipitadas. Hay muchos otros silencios, el que se usa para no herir y el que convive en la lealtad, aquel que ofende con sus soslayos inquietantes cuando los ojos de otros están hablando. Hay tantos otros silencios en este mundo, los silencios del criminal confeso y aquellos endilgados como piadosos, cuando no gritamos al mundo los sentimientos y los guardamos adentro, en trágico conflicto con nuestras almas. Hay silencios que cambiaron el mundo y silencios que intentaron destruirlo, hay silencios de resignación y silencios de perdón. También los hay por amor.
Hay otros muchos silencios, los silencios del corazón cuando se precipitan las ansias; y aquellos por conveniencia, o los que guardan secretos de los amigos queridos y los del niño equivocado ante el temor del castigo.
Pero hay uno que tal vez ni siquiera contemplamos en el fragor de nuestras vidas, el silencio del alma, algo más complejo y menos sutil que los demás silencios. Tratamos de no abordarlo, para no darle puños a la conciencia; y cuando estamos solos, cuando nos habla esgrimiendo sus criterios y criticando nuestros procederes, sus gritos y lamentos, en el más absoluto silencio, nos ofrecen veredictos y juicios. Esos silencios que aparecen cuando repasamos el tiempo y los hechos, la vida y nuestros otros silencios, nos dicen todo el tiempo la verdad, porque el alma es la virtud más grande y sus silencios recorren nuestro cuerpo todo el tiempo, para terminar imponiendo sus criterios. Ella es la razón de la existencia y el pedacito de Dios en nuestros cuerpos.
Mis silencios me asustan y me conmueven, ahora los tengo todos, aquellos que trato de guardar por amor y comprensión, por lealtad y perseverancia, por perdón; y los otros silencios, los que quedaron de tanto dolor; y los que provienen de las reflexiones del alma, que me castigan inmisericordemente por no haber descifrado tus silencios y sus consecuencias.
J. Moncanut
Te digo adiós, si aún te estoy queriendo,
No se si he de olvidarte, pero te digo adiós,
No se si me quisiste, no se si te quería,
tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste, apasionado y loco,
Me lo sembré en el alma, para quererte a ti,
No se si te amé mucho, no se si te amé poco,
Pero si se que nunca podré amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo
Y el corazón me dice que no te olvidaré,
Pero al quedarme solo sabiendo que te pierdo,
Tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós si acaso con esta despedida,
Mi más hermoso sueño muere dentro de mí,
Pero te digo adiós para toda la vida,
Aunque toda la vida siga pensando en tí.
No se si he de olvidarte, pero te digo adiós,
No se si me quisiste, no se si te quería,
tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste, apasionado y loco,
Me lo sembré en el alma, para quererte a ti,
No se si te amé mucho, no se si te amé poco,
Pero si se que nunca podré amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo
Y el corazón me dice que no te olvidaré,
Pero al quedarme solo sabiendo que te pierdo,
Tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós si acaso con esta despedida,
Mi más hermoso sueño muere dentro de mí,
Pero te digo adiós para toda la vida,
Aunque toda la vida siga pensando en tí.
jueves, 3 de julio de 2008
Amor, porque siempre lo serás.
Te perdiste en la distancia y en los tiempos,
Aun recuerdo nuestras vidas lejanas, bellas alegrías,
Y las horas siguen pregonando los momentos,
Que quedaron en la mente como profecías.
Y es que mis voluntades ya me son ajenas,
Lejanas e indolentes siguen gritando al cielo,
Aunque mis rabias todas provoquen penas
Y mi estéril agonía se cubre con tibio velo.
Mi vieja cama hoy de soledad cubierta,
Envejecida toda, acorde con su tiempo,
No se mueve desde aquel débil momento,
En que los pájaros la mantenían despierta,
Y cuando entraba el sol, al final de la mañana,
En que tu largo sueño por fin se levantaba,
Protegía tus voces roncas de tu hora temprana,
Mientras en silencio yo regocijaba.
Te perdiste en la distancia, con indiferentes menajes,
Ya no fui, ya no soy ni habré sido voz en tu corazón,
Lo que si delatan hoy los más nuevos mensajes,
Las palabras sabias, las caricias suaves, el amor,
De los objetivos romances, con toda la razón.
Sin embargo, las campanas aun no dejan de sonar,
Se de amores, se de letras y de flores y canciones,
He aprendido recio lo que significa amar,
Y conozco al homo en todas sus versiones.
Aun seré conserje, incluso hábil para restaurar,
Sutil manojo de propuestas, corazón y razones,
Por aquella mujer que me ha logrado lastimar.
J Moncanut
Te perdiste en la distancia y en los tiempos,
Aun recuerdo nuestras vidas lejanas, bellas alegrías,
Y las horas siguen pregonando los momentos,
Que quedaron en la mente como profecías.
Y es que mis voluntades ya me son ajenas,
Lejanas e indolentes siguen gritando al cielo,
Aunque mis rabias todas provoquen penas
Y mi estéril agonía se cubre con tibio velo.
Mi vieja cama hoy de soledad cubierta,
Envejecida toda, acorde con su tiempo,
No se mueve desde aquel débil momento,
En que los pájaros la mantenían despierta,
Y cuando entraba el sol, al final de la mañana,
En que tu largo sueño por fin se levantaba,
Protegía tus voces roncas de tu hora temprana,
Mientras en silencio yo regocijaba.
Te perdiste en la distancia, con indiferentes menajes,
Ya no fui, ya no soy ni habré sido voz en tu corazón,
Lo que si delatan hoy los más nuevos mensajes,
Las palabras sabias, las caricias suaves, el amor,
De los objetivos romances, con toda la razón.
Sin embargo, las campanas aun no dejan de sonar,
Se de amores, se de letras y de flores y canciones,
He aprendido recio lo que significa amar,
Y conozco al homo en todas sus versiones.
Aun seré conserje, incluso hábil para restaurar,
Sutil manojo de propuestas, corazón y razones,
Por aquella mujer que me ha logrado lastimar.
J Moncanut
La belleza del sentimiento de amor, es que siempre existe entre dos; y perdura en el tiempo, cuando nos encargamos de alimentarlo, limpiarlo, consentirlo y corregirlo. Si no se hace, él se va alejando de ambos, hasta que un día cualquiera y sin despedirse, ya no está. Simplemente se fue, sin dar aviso y una oportunidad para que lo busquemos. Nuestro desespero no abre esperanzas de un regreso, no le ofrecimos lo que necesitaba para seguir viviendo, lo dejamos morir.
Estaba aturdido y cansado,
trastornado y sin aliento,
se quedo en su limbo, callado;
ajeno al fuego y al viento
y al cielo estrellado.
Lo dejamos partir,
inclemente agonía,
lo dejamos morir
con toda la apatía.
Disfrutamos su andar
juvenil, contagioso,
lo dejamos bailar
al sonar misterioso
de las musas y dioses,
lo dejamos reir,
lo dejamos llorar,
nunca quiso sufrir
y tampoco esperar
nos dejó silencioso,
su más tenue tristeza.
Fue a buscar nuevas fuentes,
mitigando la ausencia
de quienes sin clemencia
no pudieron ser fuertes
Lo dejamos partir,
inclemente agonía,
lo dejamos morir
con tota la apatía.
JULIO M.
Estaba aturdido y cansado,
trastornado y sin aliento,
se quedo en su limbo, callado;
ajeno al fuego y al viento
y al cielo estrellado.
Lo dejamos partir,
inclemente agonía,
lo dejamos morir
con toda la apatía.
Disfrutamos su andar
juvenil, contagioso,
lo dejamos bailar
al sonar misterioso
de las musas y dioses,
lo dejamos reir,
lo dejamos llorar,
nunca quiso sufrir
y tampoco esperar
nos dejó silencioso,
su más tenue tristeza.
Fue a buscar nuevas fuentes,
mitigando la ausencia
de quienes sin clemencia
no pudieron ser fuertes
Lo dejamos partir,
inclemente agonía,
lo dejamos morir
con tota la apatía.
JULIO M.
miércoles, 2 de julio de 2008
A mis hijos.
En el rústico espejo
De mis años quemados,
Contemplo con nostalgia
Los amores sagrados,
Que han dejado en mi alma,
Sentimiento profundo,
Que en momentos de calma
Han forjado fecundo,
Un amor esperado,
De liviana semblanza,
De silencio profundo.
Son aquellos pequeños,
Diminutos profetas,
Que destierran mi alma
Y descubren celosos
Fortalezas y calma.
Que si los quiero, por Dios,
Su sangre me alimenta
Y me consume.
Sus cuerpos presurosos,
Sus rostros impacientes,
Sus pasos inseguros,
Su angustia y su tristeza,
Endeble e inocente,
Generan en mi cuerpo
Desgracia, inconformismo,
Dolor y complacencia.
Sus ojos que provocan
Desvelo e inocencia,
Me inducen, me fascinan
Me envuelven, me cobijan
Recuerdan en mi esencia,
Lo puro y lo divino.
Por ellos, los días breves
De mi existencia baldía,
Se inundan de alegría,
El mundo vuelve y gira
Y en el devenir agobiante,
De su difusa arrogancia,
Los espero.
Que si los quiero, por Dios,
Si son mi vida!
En el rústico espejo
De mis años quemados,
Contemplo con nostalgia
Los amores sagrados,
Que han dejado en mi alma,
Sentimiento profundo,
Que en momentos de calma
Han forjado fecundo,
Un amor esperado,
De liviana semblanza,
De silencio profundo.
Son aquellos pequeños,
Diminutos profetas,
Que destierran mi alma
Y descubren celosos
Fortalezas y calma.
Que si los quiero, por Dios,
Su sangre me alimenta
Y me consume.
Sus cuerpos presurosos,
Sus rostros impacientes,
Sus pasos inseguros,
Su angustia y su tristeza,
Endeble e inocente,
Generan en mi cuerpo
Desgracia, inconformismo,
Dolor y complacencia.
Sus ojos que provocan
Desvelo e inocencia,
Me inducen, me fascinan
Me envuelven, me cobijan
Recuerdan en mi esencia,
Lo puro y lo divino.
Por ellos, los días breves
De mi existencia baldía,
Se inundan de alegría,
El mundo vuelve y gira
Y en el devenir agobiante,
De su difusa arrogancia,
Los espero.
Que si los quiero, por Dios,
Si son mi vida!
Hoy pude verte en el día.
Estoy feliz, ansioso y divertido,
Hoy vi tu piel, tu flor, tu vida,
Besé tus labios encarnecidos,
Al medio día.
Estoy deseoso, ciego, enaltecido,
Volví a nacer, sentí tu esencia,
Te vi volver, te vi nacer
Te vi en el día.
Tu pecho blanco, tu piel de seda,
El fuego interno, tu boca toda
Tu fuerza pura, tu miel, tu oda,
Te vi en el cielo, te vi en la tarde,
Mi cuerpo arde.
Te vi en mi noche y en la mañana,
Te vi despierta, te vi dormida
Te vi por siempre, te vi perenne,
Te vi en mis sueños, te vi en mi cuerpo,
Te vi en mi alma.
Estoy feliz, te vi en mi mente,
Hoy vi tu sangre, tu ser, tu calma
Toqué tu cuerpo enaltecido,
Sentí tu fuego, sentí tu vida
Sentí mi alma, sentí mis sueños,
Sentí mi vida.
Estoy feliz, te vi en el día.
JULIO A. MONCANUT
Estoy feliz, ansioso y divertido,
Hoy vi tu piel, tu flor, tu vida,
Besé tus labios encarnecidos,
Al medio día.
Estoy deseoso, ciego, enaltecido,
Volví a nacer, sentí tu esencia,
Te vi volver, te vi nacer
Te vi en el día.
Tu pecho blanco, tu piel de seda,
El fuego interno, tu boca toda
Tu fuerza pura, tu miel, tu oda,
Te vi en el cielo, te vi en la tarde,
Mi cuerpo arde.
Te vi en mi noche y en la mañana,
Te vi despierta, te vi dormida
Te vi por siempre, te vi perenne,
Te vi en mis sueños, te vi en mi cuerpo,
Te vi en mi alma.
Estoy feliz, te vi en mi mente,
Hoy vi tu sangre, tu ser, tu calma
Toqué tu cuerpo enaltecido,
Sentí tu fuego, sentí tu vida
Sentí mi alma, sentí mis sueños,
Sentí mi vida.
Estoy feliz, te vi en el día.
JULIO A. MONCANUT
15.- Estadía
Estaba en la calle húmeda,
Sentado en la barra de la esquina
Esperando que la noche se fatigue
Y comience la luz del nuevo día.
En su piel de sepia exclamación,
Y sus ojos profundos y confusos,
Renacían esperanzas e ilusiones,
Unas pocas pasiones,
Locuras y dolor.
Los zapatos mojados y arrugados,
Que cruzaron pantanos en la tarde,
Simulaban cansancio y valentía.
Sus párpados de lentos movimientos,
Expresaban angustia y timidez,
Sus preguntas no tenían validez,
Ni sus sueños parecían de verdad,
Sólo sombras merodeaban su figura,
Esa noche mortal sin ilusión.
El mendigo que cruzaba la avenida,
Su presencia apenas intuyó,
Ese gesto profundo y lastimero,
De su rostro inmóvil, contagioso,
Al gamín, en la noche sin estrellas,
de tristeza y nostalgia impregnó.
Era tarde y su cuerpo estremecido,
De vida y de sueños incumplidos,
No quiso asomarse a la mañana
Y en la sombra del farol de aquella esquina,
Apagó la luz de su semblanza;
Con los ojos opacos y entreabiertos,
Detuvo su existencia y sus pregones.
Murieron sus preguntas sin respuesta,
Cedieron su miseria y sus angustias,
Al fuego miserable de su esencia,
Quemada y desgastada, fugaz,
Incomprensible.
El gamín, angustiado se detuvo,
Y del frío y tieso brazo,
Retiró sin rubores el reloj,
Que marcaba indiferente y silencioso,
El final de aquel ocioso.
La mañana, la aurora y el rocío,
De humedad aún salpicadas,
El cielo azul y el sol brillante,
Permitieron que la multitud arrumazada,
Sobre el cuerpo pasmado del difunto,
Ofreciera su alma inmaculada,
A la eterna señora de las lajas.
Todos rogaban por su alma
Y al señor, clemencia le pedían,
Pobre diablo, incapaz e incoherente,
Que perdió su brújula y su esencia,
En el oscuro y profundo silencio
De la muerte.
JULIO A. MONCANUT
Estaba en la calle húmeda,
Sentado en la barra de la esquina
Esperando que la noche se fatigue
Y comience la luz del nuevo día.
En su piel de sepia exclamación,
Y sus ojos profundos y confusos,
Renacían esperanzas e ilusiones,
Unas pocas pasiones,
Locuras y dolor.
Los zapatos mojados y arrugados,
Que cruzaron pantanos en la tarde,
Simulaban cansancio y valentía.
Sus párpados de lentos movimientos,
Expresaban angustia y timidez,
Sus preguntas no tenían validez,
Ni sus sueños parecían de verdad,
Sólo sombras merodeaban su figura,
Esa noche mortal sin ilusión.
El mendigo que cruzaba la avenida,
Su presencia apenas intuyó,
Ese gesto profundo y lastimero,
De su rostro inmóvil, contagioso,
Al gamín, en la noche sin estrellas,
de tristeza y nostalgia impregnó.
Era tarde y su cuerpo estremecido,
De vida y de sueños incumplidos,
No quiso asomarse a la mañana
Y en la sombra del farol de aquella esquina,
Apagó la luz de su semblanza;
Con los ojos opacos y entreabiertos,
Detuvo su existencia y sus pregones.
Murieron sus preguntas sin respuesta,
Cedieron su miseria y sus angustias,
Al fuego miserable de su esencia,
Quemada y desgastada, fugaz,
Incomprensible.
El gamín, angustiado se detuvo,
Y del frío y tieso brazo,
Retiró sin rubores el reloj,
Que marcaba indiferente y silencioso,
El final de aquel ocioso.
La mañana, la aurora y el rocío,
De humedad aún salpicadas,
El cielo azul y el sol brillante,
Permitieron que la multitud arrumazada,
Sobre el cuerpo pasmado del difunto,
Ofreciera su alma inmaculada,
A la eterna señora de las lajas.
Todos rogaban por su alma
Y al señor, clemencia le pedían,
Pobre diablo, incapaz e incoherente,
Que perdió su brújula y su esencia,
En el oscuro y profundo silencio
De la muerte.
JULIO A. MONCANUT
De amores......
Es tarde ya y no llegas.
La noche lentamente,
envuelve en su tristeza
las calles y veredas.
El cerro en la montaña
que guarda la ciudad,
se cubre de nostalgia,
y oscuridad.
Es tarde ya y no vuelves.
Me queda ese recuerdo,
en la vereda ajena,
tus dedos me tocaron
en inocencia plena,
compartieron mi cuerpo,
en el momento incierto,
regaron en mi piel
su profundo silencio,
en el lenguaje infiel,
su esencia y regocijo.
Es tarde ya y mi cuerpo
en gentiles desavenencias,
te reclama infinito,
las bellas providencias
del amor bendito,
que en su libertad
y sin más presencia
llenó de verdad.
Es tarde ya y no llegas,
y te sigo esperando.
La noche lentamente,
envuelve en su tristeza
las calles y veredas.
El cerro en la montaña
que guarda la ciudad,
se cubre de nostalgia,
y oscuridad.
Es tarde ya y no vuelves.
Me queda ese recuerdo,
en la vereda ajena,
tus dedos me tocaron
en inocencia plena,
compartieron mi cuerpo,
en el momento incierto,
regaron en mi piel
su profundo silencio,
en el lenguaje infiel,
su esencia y regocijo.
Es tarde ya y mi cuerpo
en gentiles desavenencias,
te reclama infinito,
las bellas providencias
del amor bendito,
que en su libertad
y sin más presencia
llenó de verdad.
Es tarde ya y no llegas,
y te sigo esperando.
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